sábado, 22 de agosto de 2020

FRAUDES DEL MERCADO DEL ARTE

 

 

La historia del marchante de arte gallego, su mujer y el pintor chino que engañaron al mundo del arte de Nueva York

 

El documental ‘Made You Look: A True Story About Fake Art’ pone otra vez el foco en uno de los fraudes más importantes del mercado del arte neoyorquino

 
El principio de la biografía de José Carlos Bergantiños Díaz es similar al de muchos de sus contemporáneos gallegos: tiene que trabajar desde que es muy joven para ayudar a su familia, pasa un tiempo de botones y pronto emigra a Madrid.
Nueva York, inicios de los años noventa. Una mujer mexicana, seria y bien vestida llamada Glafira Rosales entra en la Galería Knoedler, con 160 años de historia y entonces una de las más prestigiosas del mundo. Allí se reúne con Ann Freedman, su directora: experta en arte, inteligente y excelente vendedora. Es alta, elegante y sus rizos plateados caen sobre sus hombros: el mejor director casting no habría sugerido ni un solo cambio en su apariencia.
 
Rosales viene a hacer negocios. Trae un Rothko inédito, propiedad de un conocido al que representa. El misterioso propietario no quiere publicidad, pero necesita deshacerse de la colección de arte que ha heredado de su familia. Hay cartas y documentos que avalan su procedencia, así como la de otros cuadros que vendrán después.
 
Lamentablemente, tanto este lienzo como los documentos que lo acreditan son totalmente falsos. El Rothko no data de los años cincuenta, la pintura está mucho más fresca: la acaba de perfilar un tal Pei-Shen Qian, un artista chino residente en Queens. Concretamente, en su garaje. Y es de suponer que cuando Freedman ve por primera vez el cuadro se queda impresionada. No todos los días entra por la puerta alguien con una obra inédita de un gran artista.
 

Un mercado que necesita mercancía

El mercado del arte durante la década de los noventa estaba necesitado de material. Las obras de los grandes maestros y de los vanguardistas del siglo XX dormían desde hace tiempo en colecciones privadas o en grandes museos. Por otro lado, la crisis económica que azotó al mundo en aquel momento hizo que el capital estuviese deseoso de invertir en arte, un perfecto refugio para el dinero en tiempos convulsos. Como dato, en 1987, Los Girasoles de Vincent van Gogh se vendió por la cifra récord de 39,9 millones de dólares (la autenticidad de esta obra, por cierto, se pondría en cuestión unos años después).
 
Pero volvamos un poco atrás en el tiempo y repasemos los hechos que propiciaron esta reunión. El camino es largo y complicado; además, está plagado de maravillosas casualidades. Las posibilidades de que un hombre nacido en 1955 en la parroquia de Santo Estevo de Parga, Lugo (actualmente, cuenta con 465 habitantes), e hijo de una familia humilde, llegue a codearse con la aristocracia del arte de Nueva York y consiga sisarles 80 millones de dólares son realmente pocas. Este hombre se llama José Carlos Bergantiños Díaz y el principio de su biografía es similar al de muchos de sus contemporáneos gallegos: tiene que trabajar desde que es muy joven para ayudar a su familia; pasa un tiempo de botones en el balneario de Guitiriz, cerca de su pueblo, y pronto emigra a Madrid donde se gana la vida como camarero en un bar de la Plaza Mayor.
 
Durante su estancia en Madrid, Bergantiños se hace amigo de un torero, de los que firman contratos para hacer las Américas y, sin pensárselo demasiado, decide irse para allá con él. Tampoco sabemos cómo le fue al torero ni cuál es su nombre, pero sí que José Carlos contrae disentería. Ingresado en un hospital mexicano, conoce a la mujer del Rothko, Glafira Rosales, que por entonces es una jovencita que hace prácticas como estudiante de enfermería. Y se enamoran. Casualidad número uno.
 
Como Bergantiños, Glafira tampoco ha tenido una infancia sencilla en Guanajuato pero, como su nuevo amor, es una persona ambiciosa y ha conseguido salir adelante por sí misma, así como aprender idiomas y graduarse en Enfermería. Por eso no es extraño que, tras un tiempo viviendo en México, la pareja piense en cruzar la frontera del norte hacia lugares donde la hierba es más verde: atraviesan el Río Bravo y, tras pasar por varios emplazamientos del sur de Estados Unidos y haber realizado algunos trabajos de poca importancia, recalan en Nueva York.
 
 

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