miércoles, 26 de enero de 2022

EDIFICIO SARMIENTO (PONTEVEDRA)

 


El Museo de Pontevedra acoge «Camiños. O Camiño e as Artes»


Más de una treintena de artistas gallegos y lusos protagonizan esta muestra


Aprovechando la conmemoración del Año Xacobeo 21-22, el Edificio Sarmiento del Museo de Pontevedra acogerá del 21 de enero al 21 de marzo la exposición Camiños. O Camiño e as Artes. Comisariada por Tino Lores, se trata de una «mostra colectiva e multidisciplinar que reúne as manifestacións culturais do Camiño Portugués a Santiago a través das obras de máis de trinta artistas e persoas creadoras de Galicia e Portugal».

Desde la Diputación destacaron que se caracteriza por una concepción «ampla e participativa da cultura, na que as xentes do Camiño poidan realizar e participar n manifestación culturais como axentes activos, contando con artistas profesionais e afeccionados abarcando labores de distintos ámbitos». Entre los nombres propios de la pintura luso-galaica, los de Agustín Pousseu, Álex Vázquez, Amelia Palacios, Ana Corzo, Antón Sobral, Carmen Hermo, Eduardo Dios, José María Barreiro, Kuqui Pazos, Luz Lafuente, Mario Rocha, Puri del Palacio, Xaime Falcón, Gerhard Mader o el también músico Rafael Úbeda. Además, habrá una representación del arte escultórico con Enrique Velasco Viéitez, Francisco Pazos, Paulo Neves y Suso Balado, así como un apartado de artesanía con piezas anónimas de Barcelos y creaciones de la zoqueira Elena Ferro y Joaquim Esteves. Además, las creaciones musicales serán a cargo de Begoña Lorenzo, Edelmiro Luis Mateo García, Noelia Solleiro o el luthier César Loureiro Sobral, y de danza a través de Glau Fonseca.

La escritura estará representada por Carmen Quinteiro, Xaime Toxo y la poetisa Minerva, y en el ámbito visual con los fotógrafos Aquilino Valiño, Enrique Ruis, Xulio Gil, y el bloguero Xoán Arco da Vella.

L. PENIDE (LA VOZ DE GALICIA)



martes, 25 de enero de 2022

UNA PIONERA DEL COLOR

 


Sonia Delaunay, la pintora que llevó sus estampados a cuadros, tejidos y hasta coches




23/01/2022 - 

CASTELLÓ. Quería Sonia Delaunay (1885-1979) que el arte no viviera "aprisionado" entre los cuatro barrotes de un cuadro. Para la creadora francesa lo realmente inspirador era que el arte descendiera al suelo, se metiera en nuestros bolsillos, formara parte de nuestra ropa y nos mirará descaradamente desde cualquier techo y pared. Para Delaunay, solo así, el color estaba en libertad. Por eso, más allá de pintar cuadros, la propia artista dedicó sus días a diseñar carteles, vestidos, pintar murales e incluso decorar, por dentro y por fuera, vehículos. No era una mujer de ponerse demasiados límites. Como expone la filóloga Carmen Cortés Zaborras, era una mujer realmente "polifacética", porque también era "muy luchadora". "Su familia necesitó dinero y no se lo pensó, salió del ámbito en el que estaba más agusto, la creación pura y dura, para lanzarse a los negocios. Aunque, luego se le daba realmente bien". 

Fue Sonia Delaunay la primera mujer en ver expuesta su obra en el Museo del Louvre estando aún en vida. Pero además, transcurridos ciento ocho años desde su primera exposición, la obra de la francesa se ha mostrado en 395 exposiciones de todo el mundo. Aunque solo 37 de ellas han sido individuales, el resto ha formado parte de colectivas. La última individual la protagonizó en el Museo Thyssen de Madrid en el año 2017. "La aportación de Sonia fue fundamental en el desarrollo del arte del siglo XX, concretamente de la abstracción. La combinación de colores era algo intuitivo que le salía de dentro. Tenía una gran capacidad para combinar el arte con la vida y para hacer que el mundo adoptase el color como forma de expresión cotidiana", asegura Cortés. Sin embargo, como ha sucedido a lo largo de la historia con las mujeres, no es la figura de Delaunay tan reconocida como debería. 

No ha sido, en efecto, hasta este año que sus memorias han sido traducidas por primera vez al castellano. La misma Cortés se ha ocupado de la traducción, junto a la catedrática de arte Maite Méndez Baiges, como parte de un proyecto I+D del Plan Nacional de Prácticas de Subjetividad en las Artes Contemporáneas. De la edición se ha encargado, en cambio, el Servei de Comunicació i Publicacions de la Universitat Jaume I de Castellón, que ha incluido este trabajo dentro de la colección con perspectiva de género 'Sendes'. 


Según explica Cortés, en una primera instancia las memorias de Sonia Delaunay interesaron a "editoriales comerciales de prestigio", sin embargo, quizá por desconocimiento o por el tono académico que ha cogido Iremos al Sol, se echaron para atrás. Las memorias de la pintora están pensadas sobre todo para "ponerla en su lugar", pero también para dar a conocer su obra entre estudiantes de historia del arte y diseño, por eso además de su diario, la publicación está llena de referencias y explicaciones que ayudan a entender la envergadura de su obra. "Era hora de darla a conocer en España, pero algunas editoriales no estaban muy por la labor. Por eso, nos dirigimos a editoriales más académicas. Se lo propusimos a la UJI y ha sido un acierto, han hecho una edición muy cuidada", expone la filóloga francesa. 

Las "tres vidas" de Sonia Delaunay

A través de doscientas páginas, la pintora hace partícipe al lector de sus inquietudes y de cómo poco a poco empieza a aplicar la pintura a otros campos de las artes decorativas. "A pesar del riesgo de ser considera por ello una artista 'menor', algo que padecieron muchos otros creadores del momento, sobre todo abstractos, defiende con convicción que su trabajo de diseño textil está a la altura de un bodegón o un retrato", señalan las académicas en el prólogo. Y añaden: "Sonia Delaunay fue pintora, pero además, abrió la posibilidad de que el arte discurriera por canales que lo catapultaban más allá de los límites de los lenguajes tradicionales. Optó por la defensa de la creación colectiva, cosió y tejió, se dedicó al diseño de moda y el arte textil, a la escenografía y la decoración de interiores e ideó proyectos destinados a la producción en serie, desafiando con ello el imbatible individualismo de 'pintor-genio'". 


Con todo, a través de sus diarios, también se logra conocer un poco más a su marido, y también importante pintor, Robert Delaunay. Ambos visitaron España justo antes de que estallase la Primera Guerra Mundial, motivo por el cual terminaron viviendo entre España y Portugal, no siendo hasta varios años más tarde cuando regresan a París. Así, más que unas vacaciones, para la pintora estos años terminaron siendo una oportunidad para arrancar su producción en el campo de la moda y la decoración. Se localiza, de hecho, aquí las primeras veces en las que la artista traslada sus estampados a otros campos, siendo por ejemplo figuras como el poeta Guillermo Torre uno de sus mayores valedores. 

"He tenido tres vidas", decía Sonia Delaunay. "Una para Robert; una para mi hijo y mis nietos; una, más corta, para mí. No me arrepiento de no haberme ocupado más de mí misma. Realmente no tenía tiempo", creía la artista, a la que si algo se le reconoce además, es su firme defensa del trabajo colectivo. Muchos de los proyectos de Robert y la misma fueron puestos en marcha junto a otros artistas dedicados al cubismo, el dadaísmo y la abstracción. Entre ellos, en el libro ahora publicado, se cita a Blaise Cendrars, Ramón Gomez de la Serna o Vantongerloo. "Normalmente las mujeres ya tenían bastante con sacar su trabajo adelante, pero Sonia también estaba preocupada por ayudar a los más jóvenes, quería que consiguieran sus metas", incide Carmen Cortés. 

Si algo queda claro en Iremos al Sol es que Sonia Delaunay no fue un artista al uso y terminó implicándose en trabajos para los que nunca hubiera imaginado trabajar. Así se convirtió también en la primera artista en decorar coches, tanto carrocerías como tapicerías, siendo además este un campo llevado tradicionalmente por hombres. Por otro lado, entre 1925 y 1929 diseñó vestuario para numerosos espectáculos, principalmente para actrices. Y en este mismo periodo creó ropa de calle y deportiva que lucieron, entre otras mujeres, Nancy Cunard o Gloria Swanson. "Su aportación y la de Robert fue fundamental, no solo por sus creaciones, sino también por la energía con la que promovieron iniciativas. Ahora estamos más acostumbrados a las excentricidades, pero antes el diseño y el arte estaban muy definidos acorde con cada clase social", concluye Cortés.

Mi diario es un poco el compañero de mi vida interior. En el fondo, en mis investigaciones, como en mis trabajos en la moda, el espectáculo, la decoración, he tenido siempre que avanzar en solitario. En la vida, he luchado para no dispersarme, para no dejar que la gente superficial, los esnobs, los intrigantes me dirigiesen.

SARA CANO


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lunes, 24 de enero de 2022

NOTICIA DE "EL PAÍS"

 


Lita Cabellut: el arte de deconstruir el arte

Española, holandesa, universal y gitana, esta pintora, escultora e ilustradora odia los límites. Un día decidió ‘deconstruir’ la obra que acababa de crear y ahí arrancó una nueva vida. Hoy se la disputan galeristas y coleccionistas internacionales. La visitamos en su casa de La Haya






Lucía, Mangala, Petra, Yerri, Simha o Juana, váyase a saber a estas alturas cuál de las modelos yace ahí, tirada en el suelo, a punto de iniciar el viaje que lleva del retrato pintado al amasijo de lienzo. Pura carne de metamorfosis, campo de batalla: no otra cosa es hoy el proceso creativo para Lita Cabellut (Sariñena, Huesca, 60 años), una artista española, gitana, holandesa y cotizada —el orden no es imprescindible— que un buen día de hace cuatro años, en su estudio, recién terminado un cuadro, lo miró, lo sacó del bastidor, lo tiró, se puso a bailar encima, le dio puñetazos, lo rasgó y parió otra obra de arte. Sus colaboradores y sus hijos le preguntaron si se había vuelto loca. Los galeristas le dijeron que qué era aquello y que, desde luego, no iba a funcionar. “Aquello” era una especie de amasijo en forma de kleenex gigante recién usado por King Kong. Pero era distinto. Todo el mundo le quitó la razón. Ella siguió en sus trece.


Hoy las pinturas-amasijo de Lita Cabellut se venden por cifras de seis guarismos, al igual que sus pinturas planas, craqueladas y raspadas, bajo las cuales, en el estudio, hay montoncitos hechos con el material sobrante tras el proceso de agresión al que las somete la artista, que prefiere llamarlo “transformación” o “deconstrucción”. Los coleccionistas persiguen sus obras. Los marchantes se frotan las manos. Ella ya piensa en nuevas aventuras. Se diría que la consecución de metas le produce urticaria: “Muchas veces los artistas solo pensamos en el resultado final, y además queremos que sea como lo que teníamos en mente, porque eso encajará estética o socialmente con lo que se espera de nosotros, pero lo único que hacemos así es alejarnos de la verdadera intención del arte, que no es algo que puedas guiar. Lo importante es ver en la oscuridad y no tener miedo”.


Uno de los grandes salones de la casa-estudio de Lita Cabellut en el centro de La Haya.

Visitamos a la artista en su casa-estudio de la Frederikstraat, en pleno centro de La Haya, la ciudad donde vive desde hace cuatro décadas. Una pequeña puerta da acceso a una entrada privada de coches que desemboca en un patio delante de una preciosa construcción de madera y cristal. En realidad la vivienda (una antigua carpintería) consiste en una sucesión de casas y en una sucesión de patios con plantas y árboles, es lo que podríamos llamar una mansión, de ensueño, para más señas, todo ello repleto de antigüedades de alta época, tallas de vírgenes, bustos y cristos de piedra, objetos decorativos de bella factura, inmensas puertas de madera decapada procedentes de un orfanato egipcio, centenares de libros de arte y literatura, y pinturas salidas de la mano de la dueña de las posesiones. Allá al fondo está su habitación bajo una cúpula de cristal —”porque me gusta ver las estrellas desde la cama”—; más allá, una pequeña piscina pintada de negro y abierta al cielo —”porque me dijo el médico que tenía que nadar”—, y aún más allá, una puerta de cristal que da acceso al descomunal estudio.


Lita Cabellut irrumpe en la fría mañana holandesa como un torbellino. Durante cosa de 10 horas apenas callará, ni siquiera ante el plato de lentejas con chorizo y los polvorones que conformarán el (extraordinario) rancho del día. Casi todo lo que dice tiene sentido y, por si fuera poco, es divertido. La dislexia la conduce a inventarse palabras y palabros que vienen a teñir el ambiente de un aire surrealista (“fotos en alta resurrección”, pronunciará), y no es descartable que esa misma dislexia actúe también como motor de sus procesos artísticos. Pero junto a la risa y el estruendo, en esta mujer que pinta payasos, papas, prostitutas, drogadictos, vagabundos, enfermos mentales, nobles de la Edad de Oro holandesa, enanos y cantaores —sostiene que Camarón es una de sus fuentes de inspiración— hay como un deje permanente de oscuridad. Y ella lo sabe y, además, lo lleva a sus pinturas. Al mismo tiempo, sus pinturas la van transportando a ella. Es una suerte de contrato no escrito entre la artista y sus criaturas, una colaboración mutua en la que no faltan ni el placer, ni la furia…, ni la crueldad.


Sangre, sudor y lágrimas... La artista, en plena creación de la obra 'El grito de una flor', ejecutada especialmente para El País Semanal.


Hay que decir que a esta mujer de éxito a la que se disputan por igual galeristas, coleccionistas de pintura, editores de libros, productores de cine y escenógrafos de ópera nunca le faltó en su biografía material ni para la luz ni para la negrura. Nació en Los Monegros, en el seno de una familia gitana. Sus padres emigraron a Barcelona cuando ella era un bebé. Su madre la abandonó a los 3 años y fue criada hasta los 10 por su abuela. La niña pasó aquellos años correteando entre las putas y los travestis del Barrio Chino, haciéndoles recados y ganándose unas perrillas entre el paisaje de jeringuillas y condones usados trasero a la Rambla. Murió la abuela y ella fue internada en un orfanato hasta que, a los 13 años, fue adoptada por un matrimonio pudiente de El Masnou. Un día viajaron a Madrid y la llevaron al Prado. La cría, tras haberse maravillado ante los cuadros de Goya y ante Las tres Gracias de Rubens, le dijo a Paquita, su nueva madre: “Yo quiero hacer esto, pintar”. “Pues te pondré un profesor particular”, contestó Paquita. Dicho y hecho: Cabellut se inició con el profesor y pintor fauvista Miquel Villà.


Unos años después, con 19, se marchó con una beca a estudiar en la Gerrit Rietveld Academie de Ámsterdam, por entonces una de las escuelas de arte más rompedoras de Europa, donde empezó haciendo abstracción antes de pasarse a la figuración. Se quedó a vivir en Holanda, se hizo novia de un violagambista mexicano y allí nacerían sus hijos. Aún no sabía hasta qué punto la maternidad iba a revelarse decisiva en su trayectoria como artista.


“Me hice madre y empecé a centrarme en la parte espiritual, aunque yo no me sentía para nada religiosa. El impacto de ser madre fue para mí algo tan espiritual y tan por encima de mí que empecé a querer transmitir esos sentimientos, y fue cuando empecé a hacer la serie de La forma de los espíritus. Pero vi que me faltaba piel, que mis pinturas eran demasiado lisas para lo que yo quería contar, demasiado amables”. Cayó en la cuenta de que lo que necesitaba eran “cicatrices de la vida”. Visitó dos laboratorios donde crearon para ella una pasta de 12 capas que sigue siendo hoy, 25 años después, la base matérica de su trabajo. “Con ella pude pintar esas cicatrices. Son los mejores cuadros que he pintado nunca. Pero, claro, no te puedes quedar solo en las cicatrices. Hay que evolucionar”. Llegaron los cuadros pisoteados, golpeados y doblados; llegaron las pinturas-amasijo, en cierto modo una reactualización del arte bruto. Dubuffet se habría sentido de maravilla en el estudio de Lita Cabellut.


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BORJA HERMOSO (EL PAÍS)


jueves, 20 de enero de 2022

UNA MUJER LIBRE

 


Maruja Mallo, la pintora surrealista que rompió los moldes de una época

Se cumplen los 120 años del nacimiento de la pintora Maruja Mallo (1902-1995), una de las más importantes surrealistas de nuestro tiempo, gallega de nacimiento y feminista a ultranza.


Maruja Mallo en 1966 en Argentina. Diego Abad de Santillán


Con una actitud ante la vida y sus semejantes poco convencional, excéntrica e independiente, Maruja Mallo se ha convertido en un personaje legendario. Sin embargo, su obra no es muy conocida por el público, ni se prodiga en los libros de historia del arte. Es quizás por lo que, con afán de justicia y algún reconocimiento, se suceden ahora algunos homenajes a la genial artista que muchos comparan con Frida Kahlo o con Georgia O’Keeffe.

Maruja Mallo: Catálogo razonado de óleos, publicado por la Fundación Azcona, es uno de los más recientes tributos a la memoria de la artista. Cuando la Galería Guillermo de Osma recibió en el año 2016 el premio de la Fundación Arte y Mecenazgo, hoy incorporada en la Fundación La Caixa, para realizar con la considerable suma del premio un proyecto, se abrió el cielo para el galerista porque le permitía cumplir un deseo antiguo y que entendía necesario: elaborar el catálogo razonado de la obra de Maruja Mallo.

El cuidado volumen, que se erige como una obra fundamental para introducirse en la vida y la obra de Mallo, cuenta además, con la participación del historiador Juan Pérez de Ayala, además de Estrella de Diego, Fernando Huici, Edward J. Sullivan, Antonio Gómez Conde, sobrino de la pintora gallega, y María Escribano. 

Lorca-Dalí-Buñuel-Mallo


Maruja Mallo fue una adelantada a su tiempo. Ingresó con veinte años en la Escuela Especial de Pintura, Escultura y Grabado de Madrid, la que hoy es la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, siendo la única mujer que superó el examen de ingreso en el año 1922.

Asidua a cafés, tertulias y exposiciones, la artista forjó una activa vida social codeándose de igual a igual con las estrellas más destacadas del panorama artístico del siglo XX.

Se desenvolvió en los círculos intelectuales y artísticos como uno más de sus compañeros masculinos de la Generación del 27, formando parte del cuarteto Lorca-Dalí-Buñuel-Mallo. Fue la única mujer de la mítica Cofradía de la Perdiz, cuya dinámica consistía en beber perdiz todos los sábados por la tarde, mientras comentaban los eventos más sobresalientes de la semana.

Estos intelectuales crearon un grupo compacto y solidario, y no duraron en hacer pública su opinión crítica sobre las convenciones sociales y las injustas diferencias entre géneros. Mallo fue una mujer libre y su feminismo a ultranza, le granjeó no pocas dificultades en el mojigato Madrid de los años 20.

Mural de Maruja Mallo en el cine Los Ángeles, Buenos Aires, 1945. Wikimedia Commons

Mantuvo una gran amistad con el filósofo José Ortega y Gasset, quien dirigía entonces la Revista de Occidente, y abrió sus instalaciones para que Maruja hiciera su primera exposición en Madrid, con 10 óleos y 30 estampas, reseñadas por Gómez de la Serna. En este círculo de compañía se encontraban escritores como Rafael Alberti, Valle-Inclán, Antonio Machado, Unamuno y Pablo Neruda, y pintores como Andy Warhol o Picasso.

Dalí la describió como “mitad ángel, mitad marisco”, pero no fue la única etiqueta que tuvo. También fue conocida como “la dama impía del surrealismo”, y André Bretón no dudó en nombrarla como “una de las grandes del surrealismo”.

La Guerra Civil frenó su auge

La Guerra Civil truncó sus expectativas de continuar con su carrera en su país natal y dada su implicación con la causa republicana, se vio obligada a exiliarse a Argentina. A pesar de la precariedad de su situación por encontrarse sola en un país extraño, consiguió adaptarse a su entorno y despuntar entre sus compañeros artistas, por lo que captó la atención de las figuras más influyentes de la sociedad argentina de la época.

En mayo de 1948 ganó el Primer Premio Pictórico de la XII Exposición de Nueva York con la obra titulada Cabeza Negra. Después se sucedieron sus exposiciones en Nueva York y París, donde logró una gran repercusión tanto en la prensa como en la crítica.

Tras un largo exilio, y ya con 63 años, Mallo volvió definitivamente a España, pero se enfrentó a un cruel anonimato. Su obra había sido olvidada y nadie la recordaba como integrante de la Generación del 27. Había regresado a un país que había cambiado radicalmente, pero no estaba dispuesta a claudicar. Así que se creó una imagen más moderna y progresista, acorde con los tiempos de la Transición que estaba viviendo España.

A mediados de los años 80, su obra alcanzó cierto reconocimiento en los circuitos de arte madrileños, y participaba en programas de televisión y de radio, asistía a tertulias, galerías, museos y bares, hasta encumbrarse como musa del movimiento artístico madrileño.

Maruja Mallo murió a los 93 años de edad, siendo reconocida como una figura mítica y legendaria. Su obra ha sido expuesta en diversos museos alrededor del mundo, pero sin duda, su gran talento consistió en romper con todos los esquemas y convenciones para vivir en libertad.

(EL ESPAÑOL)

FOTOS DE LA CIUDAD QUE AMÓ PICASSO

 

El París de Brassaï, nueva exposición en el Museo Picasso Málaga


La exposición que  presenta el Museo Picasso Málaga es El París de Brassaï. Fotos de la ciudad que amó Picasso, que mostrará la obra de uno de los más reconocidos fotógrafos europeos de la primera mitad del siglo XX, quién con su trabajo contribuyó a elaborar la imagen universal del Paris eterno.

Las fotografías de Brassaï invitan a quien las observa a pasear por el Paris del Sena, de Notre Dame, los lupanares y los mercados. Su evocación del universo artístico y social es notable en muchas de sus imágenes del ambiente intelectual parisino comprometido de los años treinta y cuarenta del pasado siglo, desde Sartre a Beckett. Por ello, la exposición incidirá asimismo en la relación profesional y de amistad que Brassaï mantuvo con Picasso que lo consideró como el mejor fotógrafo de su obra.

El París de Brassaï. Fotos de la ciudad que amó Picasso está organizada con el patrocinio de la Fundación Unicaja y la colaboración especial de Estate Brassaï succession, Paris; Institut Français, Sevilla y Musée National Picasso-Paris.

Procedente de Hungría, Brassaï llega a París en 1924. Poco a poco va descubriendo el dinamismo urbano y la particular idiosincrasia social de la gran metrópolis. Si primero explora sus noches, con el paso del tiempo llegará a realizar una precisa radiografía fotográfica de su arquitectura y de sus gentes. De este modo se integra en la fascinante comunidad intelectual y artística vanguardista parisina – de la que Picasso forma parte – convirtiéndose, en uno de sus más brillantes testigos fotográficos. De las muchas relaciones que establece en París con escritores, ensayistas, dramaturgos o artistas visuales, la exposición en el Museo Picasso Málaga incidirá en la estrecha y fecunda relación profesional y personal que mantuvo con Pablo Picasso.

Como fotógrafo, Brassaï construyó una topografía visual de la ciudad de la luz (y de las sombras) de los años treinta y cuarenta del siglo pasado, pero esta exposición quiere además mostrarlo como un creador prolífico que dibuja, escribe y esculpe. Por ello, El París de Brassaï. Fotos de la ciudad que amó Picasso se divide en cuatro secciones en las que se relacionan el cine, las artes visuales, la literatura y la música, en torno a la fotografía de uno de los más reconocidos fotógrafos europeos de la primera mitad del siglo XX. El recorrido se inicia con Quién es Brassaï, mostrando una producción artística que se caracteriza por su libertad de expresión; París de día, plasma escenas de la vida cotidiana como si se mostraran por primera vez; París de noche, es un viaje a través de una ciudad en sombras, evocando la melancolía que emanan sus calles y personajes; y Conversaciones con Picasso, aúna trabajos de dos artistas que mantuvieron una larga relación profesional y personal.

El París de Brassaï. Fotos de la ciudad que amó Picasso presenta más de 240 fotografías, dibujos y esculturas provenientes en su mayoría de los fondos de los archivos de la familia Brassaï (Estate Brassaï Succession). Su trabajo se exhibe junto a obras de Pablo Picasso, Pierre Bonnard, Georges Braque, Lucien Clergue, Fernand Léger, Dora Maar y Henri Michaux, además de películas de época, carteles, partituras y abundante documentación.

La programación formativa y cultural del Museo Picasso Málaga versará durante otoño e invierno de este año en torno a la evolución de la imagen en el siglo XX: de la fotografía y el cine analógico hasta el digital. El París de Brassaï. Fotos de la ciudad que amó Picasso está organizada con el patrocinio de la Fundación Unicaja y la colaboración especial de Estate Brassaï succession, Paris; Institut Français, Sevilla y Musée National Picasso-Paris.

HASTA EL 17 DE ABRIL

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domingo, 16 de enero de 2022

MUSEO DE PONTEVEDRA

 

A mirada de Castelao sobre Europa, no Museo de Pontevedra


 O Diario 1921 de Castelao, escrito durante a súa viaxe por Europa, mostra un artista que participa do debate sobre a modernidade tentando que a Galiza non quede á marxe dos temas do seu tempo. O Museo de Pontevedra inaugurou  unha exposición que recrea o itinerario físico e intelectual daquela viaxe



Entre xaneiro e outubro de 1921, grazas a unha bolsa da Xunta para a Ampliación de Estudos e Investigacións Científicas (unha institución creada no marco da Institución Libre de Ensinanza), Castelao viaxa por Francia, Bélxica e Alemaña para estudar técnicas de gravado e coñecer as tendencias artísticas que se sucedían daquela por toda Europa. Durante aquela viaxe escribiu un diario onde foi recollendo impresións do que visitaba, das obras de arte que ía coñecendo, das vilas e cidades polas que pasaba. O chamado Diario 1921 é un raro exemplo nas nosas letras de literatura confesional, mais tamén constitúe unha crónica artística dunha viaxe que tivo un enorme impacto na obra posterior de Castelao. 

O Museo de Pontevedra inaugurou  a exposición Castelao en Europa. A viaxe de 1921 que, comisariada por Ángeles Tilve, responsábel de Coleccións do propio Museo, permite explorar o contido do "excepcional manuscrito orixinal". 

Tomando o propio Diario como fío condutor, a mostra vai recreando o itinerario percorrido por Castelao, mostrando reproducións ampliadas dos 131 debuxos do manuscrito, ademais doutros documentos que permiten revivir a viaxe do rianxeiro desde diversos puntos de vista: cartas, tarxetas postais, fotografías, recortes e impresos intercalados no manuscrito... Ademais, poderase follear ver unha copia dixital do propio diario.

A Europa pola que viaxa é un fervedoiro de ideas e tendencias novidosas que estaban a cambiar por completo o mundo da creación cultural

Compre lembrar que é a época do jazz e o charlestón, do despegue do cinema como arte popular, da Bauhaus e da arquitectura racionalista, do dodecafonismo, do Ulysses de Joyce e de Na busca do tempo perdido de Proust... e tamén do comezo da emancipación feminina, da expansión das ideas da Revolución rusa e do fascismo, da República de Weimar, da Terceira Internacional e do fordismo.  

O Diario 1921 é, especialmente, un rexistro comentado da arte que Castelao pode estudar durante a súa viaxe. A Europa pola que viaxa é un fervedoiro de ideas e tendencias novidosas que estaban a cambiar por completo o mundo da creación cultural: o impresionismo, o puntillismo, o cubismo, o futurismo, Dadá... As vangardas sucedíanse, colisionaban e pugnaban por ocupar un lugar preeminente no pensamento dun público que acababa de saír da Gran Guerra e que vía como o mundo se aceleraba e mudaba a un ritmo nunca antes experimentado. 

E Castelao observa toda aquela efervescencia creativa con curiosidade e cun gran sentido crítico que lle indica por onde podería evoluír a modernidade na Galiza. 

O cubismo non acaba de convencelo, aínda que, anota, “do Cubismo digo que me é simpática a intención intelectual”. Rexeita o dadaísmo. Séntese atraído por algúns artistas do futurismo. E queda seducido pola estética de raíz popular presente no orfismo, na vangarda rusa e, sobre todo, polo expresionismo e polo grupo formado arredor dos Ballets Rusos de Sergei Diagilev.  Tamén cae rendido aos encantos da arte xaponesa, tan de moda no París daquela altura.

A pegada na súa obra 

As pegadas desta viaxe na súa propia obra son numerosas: o exemplo máis coñecido é o das láminas da serie Cegos: os meus compañeiros, inspiradas no cadro de Brueghel o vello A parábola dos cegos, que estudou no Louvre. Mais tamén está a influencia da artista Käthe Kollwitz –unha pintora, gravadora e escultora alemá cuxas pinturas retrataban a dura vida do proletariado industrial das cidades alemás e dos traballadores do campo– nos albumes Galicia Mártir, Atila en Galiza e Milicianos; un debuxo de Natalia Gontcharova que toma como base para un anuncio do diario Galicia; ou a grande impresión que lle provoca o Teatro do Morcego (La Chauve-Souris) de Nikita Balieff, e que o impulsa a crear proxectos para un Teatro da Arte na Galiza. Aínda que a maior parte deses proxectos quedaron irrealizados, a influencia do Teatro do Morcego quedou patente en Os vellos non deben de namorarse

A exposición do Museo de Pontevedra permite seguir estas pegadas expoñendo moitas pezas orixinais que son froito do aprendido e ideado en Europa, ademais de reproducións de obras destacadas que Castelao comenta e analiza por extenso no diario.

Son anos nos que a arte galega se pon á altura dos discursos europeo cunha xeración de artistas que foron quen de renovar a arte galega: Palacios, Bal y Gay Colmeiro, Maside, Luís Seoane.

A figura de Castelao e a renovación da arte galega na década de 1920

Castelao en Europa. A viaxe de 1921 permanecerá aberta ao público até o 23 de xaneiro e permitirá debruzarse sobre as influencias que Castelao recibiu das correntes europeas, que despois exercerían un importante papel na súa teoría e práctica artística e literaria. Son anos nos que a arte galega se pon á altura dos discursos europeo cunha xeración de artistas que foron quen de renovar a arte galega: Palacios, Bal y Gay Colmeiro, Maside, Luís Seoane.


UN PINTOR DE SOLEDADES INFINITAS

 

Benjamín Palencia, el pintor manchego que revolucionó la imagen del campo español


Autorretrato de Benjamín Palencia y 'Feria de ganado' (1977). Museo de Albacete / CERES

El artista, renovador del paisajismo nacional y fallecido hace 41 años, dejó un testamento de 600 óleos y 10.000 dibujos.


Antes de la pandemia, en 2018 y 2019, los españoles fuimos a votar muchas veces. En casi todos aquellos periodos electorales, los políticos nacionales se acercaban a las Castillas, de visita. Fotón en tractor en cada una de ellas. A la caza del voto rural con la promesa de luchar contra la despoblación. Propuestas diferentes: implantar más servicios, mejorar las comunicaciones y las conexiones a la red, e incluso deducciones de impuestos… En definitiva, propuestas para revitalizar el paisaje rural.

No eran pioneros en ese 'campo'. Ya lo hizo hace casi un siglo Benjamín Palencia (Barrax, Albacete, 7 de julio de 1894 - Madrid, 16 de enero de 1980), el paisajista español que revolucionó con sus pinceladas la forma de mirar al campo castellano. Que lo volvió más atractivo. El manchego, considerado el pintor del 27 y renovador del paisajismo español, muy cotizado durante el siglo XX, y prolífico, murió con un testamento de 600 óleos y 10.000 dibujos.


Expuso en vida en París y Nueva York y hoy sus cuadros cuelgan de grandes museos contemporáneos: del Reina Sofía en Madrid, al Metropolitan Museum of Art de Nueva York y por supuesto del Museo de Albacete, al que hizo una importantísima donación en vida, más de 100 obras. En 1978 durante la inauguración de esa colección permanente se le concedió la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes.


Con la pandemia, la lucha contra la despoblación ha pasado a un segundo plano en la agenda política nacional y la conmemoración del fallecimiento de Benjamín Palencia, de alguna forma también. Pero Albacete, no se olvida de él. El museo local expone desde diciembre una muestra de su amplia colección de dibujos, haciendo un recorrido de los diferentes géneros artísticos que tocó. Se ha sacado a la luz una obra "que no se ve habitualmente colgada en los muros de la exposición permanente". 28 creaciones en total.

Paisajes, bodegones, escenas costumbristas, como el Esquilador, a tinta sobre papel. Símbolos manchegos como Don Quijote y Sancho Panza. Figuras surrealistas… Y animales, a los que tanto quiso, posiblemente, por sus orígenes rurales. Como un burro de cuerpo entero, homenaje a la obra de Platero y yo de su querido Juan Ramón Jiménez, a quien consideraba "guía" además de "amigo", en palabras del propio Palencia


El dibujo, él mismo lo explicaba, fue algo que siempre interesó al pintor: "Yo interpreto poéticamente, rayando en el papel mis sueños, mis sensaciones como un niño que no sabe dibujar, pero que sus imágenes rayadas están encargadas de sensibilidad y poesía", explicaría en 1932.

Fallecido el 16 de enero de 1980 —hace ahora 41 años—, Palencia fue uno de los pintores preferidos de la Generación del 27. Participó en el famoso homenaje a Góngora y es el autor del logo de La Barraca de Federico García Lorca, compañía de la que fue director artístico. Heredero de la visión de la tierra que tenía la generación del 98, introdujo el cubismo y el fauvismo en el paisajismo español y fue cofundador de la Escuela de Vallecas, que buscaba precisamente mirar con otros ojos al mundo rural.




En ella, otra gran amiga: Maruja Mallo, del grupo de las Sinsombrero, quien sublimó otro elemento del campo español: la espiga. Palencia hablaba de "la humildad del cereal". Terminó experimentando con materiales como la ceniza de sarmiento y la propia tierra en su búsqueda incesante de lo nuevo. Javier Tusell dijo de él que "toda su vida estuvo poseído por una verdadera furia creativa".

Mente abierta

Y así, en lo suyo, desde el arte, fue el verdadero modernizador del mundo rural. Lo suyo, aseguraba, era la "poética" del paisaje castellano. Pero desde lo nuevo. "No era cosa de repetir lo ya hecho. Había que crear algo nuevo", diría al entrar en la Academia de Bellas Artes de San Fernando en 1974. No solo terminó introduciendo y trabajando con diferentes técnicas y estilos, sino que regresó al arte primitivo: al estudio mismo de la pintura rupestre.

"Lo conocí al final de su vida", cuenta a este periódico Rubí Sanz, conservadora y directora del Museo de Albacete, quien lo fuera también de Museo Arqueológico Nacional. Nos habla de los años 70: "Realizábamos las reproducciones de las pinturas rupestres existentes en muchos de los abrigos de la provincia de Albacete, a él le encantaban, porque seguramente le recordaban sus ejercicios de figuras esquemáticas que desarrolló durante su etapa surrealista, entre 1933 y 1936".

Palencia bebió de los clásicos para abrir luego su propio camino. Para hablar de él como paisajista, Rubí Sanz hace un repaso histórico: "La pintura de paisaje fue un género emergente a partir del siglo XIX. En las villas romanas hubo espléndidas pinturas de paisajes, pero en la Edad Media pasó a un segundo plano…". En España, se consideran como primeros cuadros de paisajes "los dos pintados por Velázquez sobre la villa Médicis".

Y así, llegamos a Turner y los impresionistas, "que resituaron la pintura de paisaje otorgándole un protagonismo entonces rechazado". En Francia se pone de moda pintar al aire libre. Se incide en la luz y el color varía según su intensidad. ¿Y aquí? "Aquí se recupera el paisaje con estupendos pintores como Darío de Regoyos y Joaquín Sorolla". Y el siguiente paso lo marca el albaceteño, influido por los impresionistas: "Con Palencia el paisaje adquirió otra dimensión, más vitalista, fresca y espontánea, a lo que contribuyó el uso de colores en general más claros que sus predecesores".

Uno de los dibujos de Benjamín Palencia. E.E.

Viajó mucho: París, Roma, Nueva York. Estuvo en contacto con todas las vanguardias. Se empapó de ellas. Fue Palencia un pintor de mente abierta. Buscador de vivencias y conocimientos. Y trasladó estas experiencias vanguardistas al campo del paisaje tanto rural como urbano. El urbano le permitió acercarse a los postulados del cubismo, pues encuentra en ellos la geometría y descomposición de las formas en planos. Como en La estación del Norte (1919) y en sus cuadros de Altea. En el paisaje rural, los busca natural, no contaminado por la intervención del hombre. Pero lo transforma su mano de pintor: le interesan las formas desnudas y sin accesorios. Las piedras, la tierra, la madera…

En su etapa surrealista, experimentará con técnicas hoy habituales pero entonces totalmente rompedoras. En sus collage pega hojas, plumas, juega con tierras, usa el humo para buscar determinados efectos plásticos... "Todo ello supuso una muy importante renovación en el campo de las artes, que ya no solo se limita al pincel o lápiz, y al lienzo y el papel", explica Rubí Sanz. Ha abierto la puerta a posibilidades infinitas. A inventar. "El pintor que no invente, no llegará a maestro", decía él mismo.

'La Estación del Norte' (1918) Museo de Albacete / CERES

La Guerra Civil

El pintor manchego cambiaría su visión del paisaje a lo largo de su vida. Del influjo impresionista, a las formas cúbicas y las geometrías. Y su continua búsqueda de lo nuevo lo llevó, junto al escultor toledano Alberto Sánchez, a crear la que se conocería como Escuela de Vallecas. "Nos proponíamos extirpar los colores artificiales, agrios, de los pintores de los carteles. Queríamos llegar a la sobriedad y a la sencillez que nos transmitían las tierras de Castilla", explicaba el escultor.

"Metíamos la cabeza entre las piernas y veíamos cómo se transformaba toda la visión del paisaje, descubríamos por este procedimiento la rutina de los ojos, porque la postura nos cambiaba toda la visión". Y así, aseguraba Sánchez, "nos parecía que lo que contemplábamos desde lo alto del cerro no había sido todavía realizado por ningún pintor: El Greco, Velázquez, Zurbarán o Picasso".

Pero la Guerra Civil lo cambió todo. "Palencia —que se quedó en España— sufrió la pérdida de amigos, de la fecunda actividad en la que había participado, y se recluyó en su casa de la calle Zurbano de Madrid". Un confinamiento con el que "abandonó cualquier teoría innovadora sobre el paisaje". Pasó entonces a observar "sin preguntas, reflejando en los lienzos aquello que veía". En los años 40, sus paisajes, tanto rurales como urbanos son minuciosos.

'Paisaje' (1926), de Benjamín Palencia.

'Paisaje' (1926), de Benjamín Palencia. Museo Reina Sofía

En 1951, ganó el primer premio de  la Bienal Iberoamericana de Arte. Con un paisaje castellano, de Ávila, donde había pasado un tiempo. "Fue su consolidación como paisajista, como representante del paisajista español de la posguerra junto con algunos pocos pintores, entre ellos, Ortega Muñoz y Zabaleta", explica Sanz.

Y tras el premio, su paisaje volvió a cambiar. "Una nueva mirada, un observar la amplitud de horizontes, de cielos, de las formas rotundas de montañas y valles", describe Rubí Sanz. "Paulatinamente sus paisajes fueron apartándose de la representación mimética", y su paleta vuelve a ser "colorista y vibrante". Solo que ahora sus colores ya no son pastel, suaves y delicados, sino "fuertes y puros, con los que define y conforma los distintos elementos que componen el paisaje". Su pincelada es suelta y precisa. "Sus paisajes ya forman parte indisoluble de su personalidad", concluye Sanz.

Pero, ¿cómo era su personalidad? Compleja, se dice. Él se definía como solitario. "Un pintor de soledades infinitas". Desde ahí, escuchaba al campo: "Me gusta estar solo ante la naturaleza y ahí dialogo con los árboles, las montañas, los cerros y los vegetales humildes", dijo en una entrevista. Es la descripción del paisaje manchego. Del que salió de niño. Hijo de un alpargatero, noveno de 11 hermanos, su pueblo natal, Barrax, como tantos de la Mancha, era un núcleo pequeño. Cerca de Albacete, pero no muy bien comunicado.

Vista de Altea, según Benjamín Palencia. Museo de Albacete / CERES

Tampoco Albacete era una gran ciudad. Empezaba a crearse un ambiente cultural con arquitectos, algunos pintores y una burguesía emprendedora que renovaba los aires "de viejo poblacho manchego", explica Sanz. Los artistas de su época viajaban a Madrid y Valencia. Si volvían, "se quedaban en desconocidos pintores de provincia, aunque fueran buenos". Con 15 años, Palencia salió para Madrid. Ya no volvería. Al menos no hasta después de ser un pintor consagrado.

"Lo descubrió Rafael López Egóñez —un ingeniero de caminos— cuando estaba haciendo carreteras por la zona y alguien debió de enseñarle sus dibujos, seguramente con orgullo, mire usted, señor ingeniero lo que hace el hijo del zapatero". Culto y rico, aquel ingeniero "que venía de Madrid y sabía dibujar carreteras" se lo llevó a Madrid. López Egóñez se convertiría en su protector. Y con ello, una inversión en carreteras de la Castilla rural y una mirada a sus habitantes permitió descubrir a uno de los grandes genios de la pintura paisajística española.

(EL ESPAÑOL)