ARTE Y CULTURA EN LA MOVIDA




El antes y el después de otros compañeros de viaje


Tras 40 años de una España cerrada a cal y canto, la Movida entró en el país como elefante en cacharrería; más que como bocanada de aire fresco, como vendaval que ponía patas arriba los cimientos del sistema, del viejo y del nuevo

 
Una de las grandes imágenes de la cultura ochentera: el cartel de «Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón» realizado por Ceesepe
 
Cuatro décadas después, sus artífices aún no se ponen de acuerdo a la hora de definir qué fue aquello que pasó en las calles, los garitos y las galerías de arte de este rompeolas de las Españas que es la Capital del Reino. Porque hubo tantas «movidas madrileñas» como artífices de la misma: políticos culturetas como Jorge Semprún o Tierno Galván; músicos como los de Radio Futura, Alaska y los Pegamoides, Gabinete Caligari o Mecano que le componían la banda sonora; cineastas como un primerizo Pedro Almodóvar (al que Ceesepe compuso el cartel de su ópera prima)…
 
Guillermo Pérez Villalta. Personajes a la salida de un concierto de rock, 1979
 
 
Para todos ellos, la Movida fue más un estado mental. Un momento para arrancarse etiquetas o ponérselas todas a la vez. Javier de Juan (1958) siempre la entendió como una actitud. Él estudió arquitectura para «hacer algo de provecho», y tras su paso por instituciones y galerías (para muchos siempre será el autor del mural de la T-2 en Barajas), hoy es consciente de que las redes son un escaparate fundamental para sus diseños. Para Ouka Leele (1957), que quiso fusionar pintura y foto, generando un estilo que a ella misma se le hizo cuesta arriba pero que supo trascender, fue el último gran movimiento artístico, como lo fuera en su día el Cubismo o el Surrealismo. Hoy también muestra sus dibujos.
 
Ouka Leele, "Peluquería. Ceesepe 1979
 

Y mucho de surrealismo pululó en la época. Y no todo el mundo hizo igual su digestión; que se lo digan a Fabio McNamara, que hoy pasearía a su hijo Lucifer por el Valle de los Caídos. Uno de sus máximos representantes fue el fotógrafo Alberto García-Alix (León, 1956), porque la Movida no sólo se documentó a brochazos. Él transitó de recoger con su cámara la realidad de prostitutas y yonquis a acabar siendo premio Nacional y protagonizando uno de los más laureados cortos del último Festival de San Sebastián. A Miguel Trillo (1953) «le tocó» documentar las nuevas tribus urbanas, y en ello sigue, pero dirigiendo el objetivo a las asiáticas amorradas al Instagram. Pronto se retiró Pablo Pérez Mínguez, pero le dio tiempo a retratarlos a todos con sus flashes a quemarropa. Como pronto nos abandonaron Sigfrido Martín Begué (de pintura metafísica), El Hortelano (tan espiritual como patafísico), Herminio Molero, al que no se le resistió tampoco la música, o Patricia Gadea, a la que el M. Reina Sofía rendía tributo recientemente. A muchos, las administraciones aún no les ha dado el reconocimiento que se merecen. Y hubo tantas movidas como ciudades: la Barcelona de Mariscal y Nazario, que le ha cogido el gusto a escribirlo todo, y que venía de Andalucía, como G. Pérez Villalta; la Galicia de Antón Patiño y Siniestro Total, a la que la serie «Fariña» ha vuelto a poner de moda... Y nosotros, hoy, con nuestras movidas, quizás la misma.
 
Ceesepe, "Café de Madrid", 1982
 

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