La película para amantes del arte contemporáneo que llega a los cines
El pseudothriller El cuadro robado está ambientado en las subastas de antigüedades
El cuadro robado, de Pascal Bonitzer, se estrenó en los cines este viernes 25 de julio |
El mundo de los museos, pinacotecas, falsificadores de cuadros y subastas ha sido inspiración para algunas películas memorables. Y dentro de ello, las historias relacionadas con los expolios de los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial, nos han dejado títulos muy interesantes como El tren (1964), Monuments Men (2014) o El último Vermeer (2019). La película que hoy comentamos, El cuadro robado de Pascal Bonitzer, es una historia de ficción que se centra en el mundo de las subastas de antigüedades.
André Masson (Alex Lutz) es subastador de una famosa casa de subastas internacional llamada Scottie's. Tiene una becaria, Aurora (Louise Chevillote) con la que tiene una relación tensa e incluso desagradable. Un buen día, André recibe una carta según la cual se habría descubierto en Mulhouse, en casa de un joven obrero químico, Martin Keller (Arcadi Radeff) un cuadro de Egon Schiele. André, acostumbrado a las falsificaciones, va a deshacerse de la carta pero Aurora le convence de que al menos por educación se ponga en contacto con el propietario del cuadro. Y resulta que el cuadro es auténtico. Fue robado por los nazis a un coleccionista y se le perdió la pista. A partir de ahí se desata la trama principal del film, que se entrelaza con la subtrama de Aurora, que arrastra no pocos problemas personales.
La película es algo irregular, con una primera parte muy prometedora, una segunda más floja y un desenlace que vuelve a subir un poco el interés. Afronta el mundo de las grandes casas de subastas en el que valoración artística y el dinero se mezclan de forma peligrosa, en el que juicio estético de los expertos se confunde con los intereses de negocio de sus pagadores. En ese sentido, el film tiene un cierto aire de thriller, aunque probablemente es el drama el género que domina su metraje. La trama de Aurora no acaba de estar bien suturada con el resto, pero en sí tiene interés, ya que trata de relaciones paternofiliales complejas.
El famoso guionista Pascal Bonitzer, en esta ocasión director además de guionista, le imprime al film un tono excesivamente frío, quizá favorecido por la elección de los dos actores protagonistas. Sin embargo, los secundarios son los que dotan de calidez humana a la película, especialmente los que compone el entorno del obrero químico, y la gran Léa Drucker, que interpreta a la ex mujer de André.
La puesta en escena es correcta, funcional, basada en el contraste entre el mundo «metálico» y empoderado de André y Scottie´s, y el mundo «real» de las clases trabajadoras, donde el cuadro de Egon Schiele cumple una hermosa función en la pared del saloncito de Martin Keller, haciéndolo entrañable a su madre y a sus amigos del barrio. En fin una película mejorable pero interesante, se ve con cierto agrado, y que disfrutarán más los amantes del arte contemporáneo.
(EL DEBATE)
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