martes, 2 de julio de 2019

DANIEL QUINTERO



Daniel Quintero muestra su obra más intimista en el Museo del Patrimonio de Málaga


El artista malagueño reúne casi un centenar de grabados y dibujos realizados en los últimos 50 años

 
 


«El grabado es la música de cámara de un pintor. Un cuadro sería una sinfonía». Habla Daniel Quintero casi en un susurro, como queriendo mantener la quietud a la que invita el color tostado de las paredes, la serenidad de la sala previa al barullo de las presentaciones oficiales. Porque aquí todo aboga por la distancia corta, el acercamiento, también físico, a la obra. Un montaje intimista de vocación y ambición que presenta los orígenes del artista malagueño que ha llegado a las colecciones de instituciones como The Meadows Museum de Dallas, el Victoria & Albert Museum londinense y el Círculo de Bellas Artes de Madrid.
 
Porque la muestra que el Museo del Patrimonio Municipal presenta, brinda al espectador la posibilidad de asomarse a los primeros compases de la trayectoria de Quintero (Málaga, 1949) a través de su trabajo como grabador, tarea que ha mantenido durante el último medio siglo. «Empecé realizando dibujos pequeños para poder venderlos en el Rastro de Madrid y con el dinero que sacaba, pagaba las clases con Amadeo Roca. Entonces tendría 17 o 18 años y estaba en clase con mi maestro desde la mañana a la noche e incluso cuando entré en Bellas Artes. Y sin salir de la escuela entré en la galería de Juana Mordó, donde conocí a Antonio López y Juan Genovés», rememora el artista que hasta el 28 de julio presenta esta exquisita selección de obra sobre papel en la falda de lo que un día fue La Coracha.
 
La muestra del Museo del Patrimonio supone, además, el tercer aldabonazo en la reivindicación de Quintero por parte de la oferta expositiva local. Ese camino comenzó hace algo más de una década con la retrospectiva vista en el Palacio Episcopal (2008), siguió en el Rectorado de la Universidad de Málaga (2012) con una exposición en torno al retrato, disciplina que lo ha convertido en un asiduo en los despachos oficiales de medio mundo y ahora cierra el círculo (o lo abre de nuevo) con la faceta más exquisita del artista malagueño.
 
«Siempre que he trabajado el grabado he hecho muy pocas copias de cada obra, a veces sólo dos o tres, porque lo que me interesaba era la experimentación artística, la creación, no sacar series», ofrecía  Quintero ante la pieza fundacional de su faceta como grabador y una de las obras más potentes del montaje: su 'Homenaje a Goya', un aguafuerte de 1969 que le valió una medalla en un concurso nacional; es decir, 20.000 pesetas de la época que Quintero invirtió en comprarse un tórculo para poder estampar en su estudio.
 
Ese 'Homenaje a Goya' surge emparentado con la serie contigua de 'Hombres de barro', también de 1969, que enlaza con la carpeta dedicada a 'La metamorfosis' de Kafka. La figura humana difuminada unas veces o otras detallada hasta el manierismo técnico, la dejadez física y el escorzo conviven en pequeñas estampas que dan cuenta del rigor técnico de Quintero. «Son obras pequeñas en cuanto al formato, pero creo que en ellas hay multitud de matices que te dan el clima de cada pieza», mantiene Quintero entre las obras reunidas en la exposición patrocinada por la Fundación Málaga.
 

Investigaciones formales


Goya, Rembrandt y Morandi surgen como referencias esenciales en la obra de Quintero, que va un paso más allá en su indagación de las posibilidades formales de la figura humana en la serie 'El pelele' (1974), realizada a partir de los posados de un muñeco de trapo que el autor hizo a su imagen y semejanza -y a escala natural- para mantener el ritmo de sus investigaciones plásticas.
 
Y del hombre a la naturaleza giraría su mirada Quintero en la serie posterior presentada en el Museo del Patrimonio. 'Voz de árbol' reúne los paisajes serenos de Inglaterra, Francia y España, lugares por los que ha transitado la biografía del artista malagueño. Y de ahí, a los 'Paisajes inestables' que han centrado su producción más reciente. Eso sí, la muestra deja para el último suspiro varios retratos infantiles, coronados por el pequeño 'Néder' (1992), con su mono de trabajo, su camisa remangada, su sombrero redondo y sus ojos negros, muy negros, que invitan a mirarlos de cerca. Muy de cerca.
 


 
 

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