Ramon Enrich y sus dos hijos artistas que conviven en un taller industrial en Igualada
Tres artistas de dos generaciones, padre y dos hijos, Enric. R e Isidre Enrich, forman una estirpe artística única. Comparten taller, visión y creatividad en un estudio del Rec de Igualada, entre viejas fábricas textiles
En Eivissa el pasado verano. En la exposición conjunta 'Enrich' ³, comisariada por Luis Galliusi. |
El origen de sus obras: una flor en el centro del lienzo |
En las escenas inquietantes del padre, la luz levantina es intensa y suelen verse también edificios de carácter industrial que recuerdan a los de Igualada. “Me gusta mucho jugar con la ironía de lo que puedo construir pintando y que los arquitectos no pueden crear”, afirma en un diálogo compartido con sus hijos. “Mis pinturas son como visiones casi oníricas, sin funcionalidad, una representación escenográfica, un trompe à l'oeil, no son reales”, detalla el artista, que ha expuesto en galerías de Nueva York, Hong Kong, Berlín, Ámsterdam o Roma entre otras ciudades de referencia del arte vanguardista.
Para Ramón Enrich, lo peor que puede pasar en un cuadro es que sea cómodo, bonito e inexpresivo, y busca un punto de serenidad y, también, de “mala leche”, confiesa, y eso es en parte lo que ha querido traspasar a sus hijos. Padre e hijo mayor son los Ramones de Igualada. Ambos comparten el o nombre, pero Enrich. R., nacido en el 2001, renunció a utilizarlo para evitar confusiones y decidió girar apellido y nombre.
Mi obra es como una ventana al mundo que no puedo poner en palabras porque el origen siempre es múltiple”
Enrich. R pretende decir mucho con poco, apenas unos trazos y unas líneas, una exploración del movimiento a través del arte más abstracto. “La línea, la forma, la degradación, el agua… son elementos que son excusas para crear algo que lleve a cuestionar sobre el proceso, sobre la gravedad de las cosas”, describe con convicción.
Ramon Enrich, en sus inicios como artista, pasó temporadas en Frankfurt y Berlín, y es conocida su escapada al desierto de Texas para ir a ver a su ídolo Donald Judd y su amistad con David Hockney. Enrich. R comparte esos referentes y además se inspira en Brancusi, Rothko o Hernández Pijuan, pero sin renunciar a la luz mediterránea, intensa y profunda como su mirada, algo que tiene en común con su padre y su hermano.
“Me fui a Londres a conocer a Richard Long, le mandé un email donde le comentaba que crecimos en nuestra familia con sus libros y que siempre hemos homenajeado su trabajo en muchas de nuestras charlas, porque es muy sublime. Le pregunté si podía ir a visitarlo y me invitó a pasar un día con él, me recibió en su casa, comimos juntos y pasamos una tarde caminando por Hampstead. Fue genial, algo con valor añadido y al final fue como una relación abuelo nieto, hubo mucha naturalidad”, recuerda.
Enrich. R, que pese a su juventud ya ha expuesto en Nueva York, Berlín, Copenhague o Bilbao y ha participado en ferias como Art París o Estampa, intenta respetar la armonía y belleza de las formas mientras se plantea el misterio de la creación artística. El resultado son pinturas de formas asimétricas y fugaces que van más allá de lo superficial para adentrarse en lo que no se ve a simple vista. “Mi obra es como una ventana al mundo que no puedo poner en palabras porque el origen siempre es múltiple”, dice.
Por su parte, Isidre Enrich (Barcelona, 2002), el pequeño de la saga familiar, trabaja en la frontera entre el arte figurativo y el abstracto o, lo que es lo mismo, a medio camino entre el formato de su padre y el de su hermano mayor. Para él, todo comienza siempre con una flor en el centro del lienzo. A partir de esa forma reflexiona sobre el paso del tiempo y la belleza de lo que es lo mismo, a medio camino entre el formato de su padre y el de su hermano mayor. Para él, todo comienza siempre con una flor en el centro del lienzo. A partir de esa forma reflexiona sobre el paso del tiempo y la belleza de lo efímero. “Recuerdo que una vez comencé pintando flores tal como son, y luego empecé a cambiar los colores de las macetas hasta que pinté una flor toda de azul y me dije, pues esa es su identidad, y a mi padre le gustó mucho, y ya la dejé así”, explica Isidre.
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