Dalí, más allá de la extravagancia
Salvador Dalí siempre tuvo en Gala a su musa más importante.EXPANSION |
El artista catalán nos recuerda que lo diferente sigue siendo atractivo.
Figueres no es sólo el lugar donde nació Salvador Dalí el 11 de mayo de 1904. Es también el sitio donde decidió morir. Allí, bajo la cúpula de su Teatro-Museo, descansa uno de los artistas más enigmáticos del siglo XX. Todo Figueres respira a Dalí, como todo Dalí respiró a Figueres. Su vínculo con esta localidad catalana no fue solo geográfico. Fue un vínculo emocional, profundo, simbólico.
Dalí consideraba su nombre como una señal que le acompañaría siempre y que fue bautizado como Salvador en homenaje a su hermano muerto. Se cuenta que, una vez, su padre lo llevó al cementerio y, frente a la tumba de este niño de 22 meses le dijo: "Eres la reencarnación de tu hermano". Dalí no pudo más que enmudecer y quedar marcado para siempre, lo que le llevó a intentar ser diferente, brillar tanto que nadie confundiera nunca ni el nombre ni al niño. Ser único, inimitable, irremplazable; crear un Dalí tan Dalí que no quedara espacio para más. Antes, moriría su madre, un golpe que lo devastó. "Fue el golpe más fuerte que he recibido en mi vida. La adoraba. No podía resignarme a la pérdida del ser con quien contaba para hacer invisibles las inevitables manchas de mi alma", afirmó el propio artista.
Salvador Dalí era diferente y lo sabía. Y quizás por eso el mundo lo confundió siempre con un excéntrico. Porque Dalí fue un personaje, sí. Uno perfectamente diseñado, ideado y sentido, que jugaba con la exageración. "Soy un poco teatral", afirmaba. Pero también fue frágil, sensible y tímido. Serena Montesarchio y Pina Varriale afirman en su biografía Dalí, la alquimia de un genio que "la pasión o más bien la búsqueda obstinada del inconformismo empuja a Dalí a construir a lo largo del tiempo una imagen de sí mismo que es también, en todas sus obras, una obra maestra surrealista".
En su adolescencia y juventud, la timidez no le daba tregua. Dalí no era el personaje que el mundo conocería más tarde. Él mismo hablaba del uniforme Dalí. Se escondía detrás de su voz, de su ropa, de su imagen, de sus palabras, de su mirada. Decía que tenía tanto miedo de mostrarse que se inventó un disfraz para no sufrir. Así que el uniforme se convirtió en su traje y la máscara creció hasta volverse gigante.
Dalí estudió en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y vivió en la Residencia de Estudiantes, donde encontró comprensión y a un joven poeta andaluz de ojos oscuros y alma luminosa: Federico García Lorca. Entre ambos nació una amistad intensa, creativa, que todavía hoy late en cartas, dibujos y gestos compartidos. En un tiempo como el actual donde compartimos intimidad en unas redes sociales ansiosas por los detalles íntimos, donde la vida de los demás es más escaparate que vida y el cotilleo se ha vuelto una forma de consumo cultural, proteger el misterio es ya una declaración de intenciones, un acto de resistencia. Porque lo importante no es lo que Dalí y Lorca hicieron, sino lo que fueron el uno para el otro. "Cuando hablo de amistad es la más grande amistad que he tenido, no hay ninguna duda", afirmó Dalí.
Dalí pintaba sueños, pero también miedos. Decía que no pintaba bien. En una entrevista le preguntaron: "Usted, ¿qué ha aportado al arte?". "Absolutamente nada. Lo he repetido muchas veces, soy muy mal pintor. Como pintor soy muy malo, o sea como pintor cero. Como genio, el único que existe en los tiempos presentes. Ahora si me comparo con Velázquez, pues mi obra es un desastre". Sin duda una vez más, entre lo teatral y lo excéntrico, lo que le obsesionaba no era sólo la pintura en sí, sino lo que podía hacer con ella. Su admiración por Velázquez, Rafael y Vermeer eran conocidas. Pero para él Velázquez era "el genio supremo", contestó. Quizás porque Velázquez lo enfrentaba con sus propias dudas.
Lo imposible
Sabía que el genio no es el que entiende, sino el que se atreve a explorar más allá. Y cuando el mundo se empeña en buscar significado a cada gesto, a cada imagen... él afirmaba no saber, no entender: "Me parece perfectamente diáfano, cuando mis enemigos, mis amigos y el público en general afirma no entender el significado de las imágenes que surgen y que transcribo en mis cuadros. ¿Cómo los va a entender la gente cuando ni siquiera yo los entiendo, que yo soy quien los hace?".
Y ahí reside su verdad. No entender lo que se piensa, pero seguir pintándolo. Seguir sintiendo, seguir soñando pese a lo que la vida le traía. Y quizás por lo que vivió, sintió esa atracción fatal por el dinero. Dalí luchó contra dificultades económicas. A menudo tuvo que saltarse las comidas, pero en público hacía alarde de serenidad y seguridad, como afirman Montesarchio y Varriale en su biografía sobre el artista. Y como Dalí escribió en su propia historia en Vida Secreta. "Seguimos siendo muy pobres. A estas alturas, vivíamos continuamente entre gente extremadamente rica, pero no teníamos nada o casi nada. Sabíamos, sin embargo, que nuestra fuerza residía en no confesar tanta miseria, porque la lástima de los demás mata".
Con el tiempo, su arte se volvió más espiritual. Se acercó a la ciencia, a la religión, al misticismo. Le interesaba la biología, la física cuántica, los ángeles y criticaba la hiperespecialización, "la monstruosa especialización de cada ciencia. Todo está demasiado especializado", afirmaba añorando una visión más amplia del conocimiento. Quería entender el mundo a su manera, siempre intentando escuchar a quien pensaba diferente. Y acompañado de su musa. "Gala logró construirme, con la saliva petrificada de su devoción fanática, una cáscara que protegía mi desnudez excesivamente tierna. Para que el mundo me juzgara vulnerable como una fortaleza, porque por fuera lo era, pero por dentro permanecía blando, maduraba suavemente. Y el día que decidí pintar relojes, pinté relojes blandos".
Dalí se atrevió a ser diferente sin pedir perdón, se atrevió a vencer la timidez que le silenciaba. Mientras corren los días entre algoritmos, filtros, contenido efímero, autenticidades fake y hambrientas etiquetas, Dalí nos sigue hablando en ese lenguaje que disfrazaba y adornaba realidades. Porque en un mundo donde todos pretendemos entender todo, él sigue sin entenderse a sí mismo. Y eso, quizás, sea su legado más honesto. Nos recuerda que la rareza, lo diferente y lo excéntrico tienen más de una lectura. Que la perfección no existe. Que lo no dicho también comunica. Que ser genio no es tener respuestas, sino atreverse a hacerse las preguntas. Que no todo lo que no comprendemos es erróneo. Que la belleza puede surgir del desconcierto. Que a veces hay que mirar más allá de lo obvio, más allá de las etiquetas. En una época donde todos queremos explicarlo todo, donde todos nos autocensuramos, Dalí sigue siendo misterio. Y qué alivio dejar que algo o alguien nos incomode, nos despierte, nos descoloque. Una provocación constante y quizás una invitación a mirar más allá de las apariencias, de la extravagancia; más allá del uniforme.
Adela Balderas | Doctora ADE. Profesora Investigadora Deusto Business School. Investigadora Universidad de Oxford. Profesora Afiliada City Science MIT Media Lab