Muñoz Barberán: Luz, historia y arte contemporáneo
Representa un espacio donde convergen la inspiración, la memoria y la emoción, que captura momentos cotidianos y la atmósfera única que envuelve a visitantes y obras
| El cuadro de Manuel Muñoz Barberán 'Galería del Prado' (1994). / Manuel Muñoz Barberán |
«La trama de relaciones que habita en la distancia psicológica y física que nos une a un museo (o nos separa de él) es, posiblemente, de las más complejas. El museo es un espacio, un topos, sobre el que se escenifican situaciones de argumentos diversos: la luz de la reflexión, el temblor embargante del gozo, la lenta aritmética del aprendizaje, el silencio encogido de la veneración, las pruebas iniciáticas y el vértigo de la mensuración del yo…»
Eugenio D’Ors
Nadie escapa a la fascinación del Prado. Pocos artistas, no solo españoles, han podido sustraerse a la tentación de buscar en el Museo del Prado una fuente de aprendizaje o de inspiración; a veces, planteada la cuestión como un homenaje más o menos explícito, otras como un ejercicio plástico y creativo a partir de la obra que sirvió de referente o modelo. Sabemos, así lo contó, y dejó escrito Manuel Muñoz Barberán en alguna ocasión, que el Prado fue parte de su aprendizaje, admirando, observando detenida, minuciosamente, las composiciones, el dibujo, las pinceladas… de los grandes maestros; o, directamente, copiando alguna de las obras maestras que el museo alberga.
En los años cincuenta, su pasión por Velázquez, El Greco o Goya quedó reflejada en los numerosos apuntes, dibujos, acuarelas… esbozos y copias creadas a partir de nuestros más señeros pintores. De Goya, de la obra del zaragozano, que se encuentra en el Prado, pueden datarse distintas copias, a las que hay que sumar la que realizó, esos años, del Entierro de la Sardina, cuadro en propiedad de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.
Una pasión que siempre he pensado que ha quedado reflejada en uno de sus temas más relevantes: el carnaval, las mascaradas, que mezcló, con felices logros y sugerentes resultados, su fascinación por Goya con la atracción que sentía por Venecia. Las estancias en Madrid –donde expondría en las salas Toisón y Grifé & Escoda–, y las consecutivas visitas al Museo del Prado, fueron habituales en la trayectoria de Muñoz Barberán entre los años cuarenta y finales de los sesenta. Aunque la pasión por el Prado nunca abandonaría al de , como podemos fácilmente apreciar en esta Galería del Prado fechada en 1994.
No le ha interesado a Muñoz Barberán destacar, en la escena representada en este cuadro, obra o pintor alguno, que se nos permita identificar –una evidencia o, más propiamente, ausencia notoria cuando contemplamos el óleo–. Barberán ha preferido mostrarnos el ambiente de un día cualquiera en el Museo del Prado; haciéndonos partícipes del momento en el que varios grupos de visitantes recorren las salas de la institución y deambulan por sus galerías, deteniéndose frente a alguna significativa pintura de las que embellecen y adornan sus paredes.
Al fondo de la galería, Barberán ha esbozado –quedando apenas sugerido en el lienzo– el grupo escultórico, en bronce, que Leone Leoni dedicó al Emperador Carlos V; un conjunto escultórico –que concluyó su hijo Pompeo– colocado en el centro de la rotonda que Juan de Villanueva ideó como tributo al Panteón de Agripa edificado en la ciudad de Roma Barberán nos regala en este cuadro, perteneciente a la última época del artista, una lección magistral sobre pintura. La atmósfera, el aire, que parece haberse detenido un instante en la galería, se convierte en el verdadero protagonista de la obra. La luz atraviesa la cristalera de la bóveda y dibuja con precisión las arquitecturas de la estancia, contribuyendo a acentuar las gradaciones de color entre el brillo del suelo, las paredes nacaradas y esos potentes grises azulados de las columnas y los techos abombados. Una luz que acaba por posarse, en forma de luminosa y exacta pincelada, sobre cada una de las figuras, de los personajes que animan la fugaz escena, que parece haber sido congelada por la mirada y el trazo del murciano.
Hay otro cuadro de Barberán, realizado en 1995, que –este sí– protagoniza la rotonda de Villanueva y el bronce de los Leone representando a Carlos V como héroe victorioso, con coraza, dominando El Furor; a la manera de César imponiendo la paz romana o, si nos atenemos a Virgilio –en quien Leone se inspiró, para crear su conjunto escultórico–, a Eneas pacificando El Lacio. Son cuadros, como se ha citado, de los últimos años del pintor. Cuadros que formaron parte de la muestra, celebrada en Chys en 1995, El Museo del Prado en mi casa. Toda una declaración de amor apasionado a la pinacoteca española. Esta Galería del Prado forma parte, en la actualidad, de los fondos de la Real Academia de Bellas Artes de Santa María de la Arrixaca, y están expuestos en la sala de juntas de dicha corporación; entidad a la que perteneció, como miembro de número, el lorquino Manuel Muñoz Barberán.
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